Redacción
Guanajuato.- Múltiples solicitudes para verse desde 2019 no habían tenido respuesta, pero bajo la clara directriz de la gobernadora Libia Dennise, de humanizar los Centros de Prevención y Reinserción Social del estado y las acciones de la Secretaría de Seguridad y Paz que encabeza Juan Mauro González Martínez, finalmente se logró que madre e hijo volvieran a abrazarse tras 5 años de distancia.
La historia de Dora y Luis es un ejemplo de cómo las políticas penitenciarias en Guanajuato están cambiando el enfoque hacia la dignidad humana:
“Oye, tú hiciste una solicitud. ¿Qué pediste?”, preguntó Julio César Pérez Ramírez, director general del Sistema Penitenciario del Estado de Guanajuato. Su tono de voz era directo, firme en sus convicciones, al tiempo que miraba a los ojos al hombre vestido con uniforme naranja que tenía frente a él. Luis, después de un instante de vacilación, respondió con timidez y sinceridad: “Ver a mi mamá.”
La sensibilidad de sus palabras evocaba una dualidad que resalta la complejidad de la condición humana.
“¿Qué le dirías a tu mamá?”, insistió el funcionario. Luis bajó la mirada por un momento antes de contestar: “Me quedé sin palabras ahorita… pues que la amo con todo mi corazón, que le eche ganas.”
Con el deseo de apoyarlo, Pérez Ramírez formuló una pregunta que parecía más una invitación a la esperanza que un cuestionamiento: “¿Y sí existirán los milagros?” Luis, con una mezcla de duda y fe, respondió: “Pues sí, tienen que (existir).”
En ese momento, no podía imaginar que estaba a segundos de protagonizar un encuentro que no se esperaba, el milagro que tanto había deseado.
Luis fue sentenciado a más de 200 años de privación de la libertad y se encuentra en uno de los diez Centros de Prevención y Reinserción Social (Cepreresos) del Estado de Guanajuato. Durante cinco años anheló la oportunidad de reencontrarse con su madre, Dora, quien también cumple una condena de 62 años. Las barreras físicas y administrativas parecían grandes, pero hace unos días, el milagro del que hablaron Luis y Julio César Pérez Ramírez, finalmente se materializó.
“Ella pidió verte, y lo estamos haciendo por ella, porque está haciendo buenas cosas. Está participando en actividades”, dijo el director antes de dar paso a lo que sería un momento que seguramente ninguno de los presentes olvidará.
Ese día, en una sala que sirvió como escenario del reencuentro, Luis estaba de frente a Pérez Ramírez en una mesa blanca donde han pasado las historias de muchos encuentros y despedidas.
Los ojos de Luis buscaron a los de su madre. Cuando finalmente la vio, le ofreció un abrazo que parecía contener años de anhelo. Ella lo esperaba con una sonrisa y se acercó a él con los brazos abiertos.
En cuanto se encontraron, el tiempo pareció detenerse; su abrazo fue largo, sentido, una liberación de emociones contenidas durante años. Luis acarició el rostro de su madre como si intentara recuperar el tiempo perdido, mientras le decía entre lágrimas: “Te amo con todo mi corazón.”
Dora, con la voz quebrada, respondió: “Yo también.” Antes de perderse por completo en la calidez de aquel reencuentro, Luis hizo una pausa para agradecer al custodio y a las autoridades que en todo momento habían permanecido cerca de él; era un gesto que reflejaba respeto, y al mismo tiempo, gratitud por el momento que le habían permitido vivir.
“Es un compromiso, yo sé que hay palabra. Orden, respeto y disciplina”, le dijo el director a Luis en algún momento durante su conversación.
Con el interés que debe prevalecer en las personas servidoras públicas y en cumplimiento de los objetivos del actual gobierno para favorecer la Reinserción Social y los aspectos más humanos del Sistema Penitenciario, la reunión de madre e hijo fue posible.
En palabras de Dora: “Estoy tan agradecida por estos momentos de felicidad que me dieron, que no tengo con qué pagarles. Yo les prometo que yo voy a seguir igual como estoy aquí, echándole muchas ganas, portándome bien, porque espero que no sea la primera visita que me den con mi hijo.”
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